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miércoles, 13 de mayo de 2015

"RETRATO DE FELIPE IV", POR VELÁZQUEZ

Es un ejemplo extraordinario de la azarosa vida de muchos retratos reales durante el Siglo de Oro, y demuestra hasta qué punto estas pinturas, lejos de ser obras de arte inmodificables, eran objetos que cumplían una función representativa y que, consecuentemente, podían ser alterados en función de los diferentes usos a los que estaban destinados. Representa al rey Felipe IV (1605-1665) a mitad de la década de 1620, cuando tenía poco más de veinte años. Lo vemos de busto, en una imagen en la que se subrayan sus responsabilidades militares, pues se cubre con una armadura, y una banda carmesí de general le cruza el pecho. La composición resulta algo anómala en su mitad inferior, con el tronco del personaje excesivamente constreñido por su marco, lo que crea problemas de lectura figurativa. Se trata de algo insólito en Velázquez, que se mostró siempre extraordinariamente hábil para encajar a sus modelos en el espacio pictórico. La explicación de esas anomalías hay que buscarla en el hecho de que se trata de un fragmento de un cuadro mayor, según ha revelado el estudio de sus características técnicas. Basándose en ese dato y en la pose del modelo, en ocasiones se ha pensado que podría ser un fragmento de un famoso retrato ecuestre de Felipe IV que realizó Velázquez en los primeros años de su estancia en la corte y del que sólo nos queda mención literaria. No hay ninguna prueba sólida que confirme esa hipótesis; y, por otra parte, la pose es similar a la de otros retratos de Velázquez que nunca fueron ecuestres. Guarda muchas relaciones con el retrato del Duque de Módena (Módena, Galleria e Museo Estense), a quien vemos igualmente armado, con banda roja en el pecho, y de medio perfil. Desde el punto de vista de su escritura pictórica llaman la atención las grandes diferencias que existen entre la cabeza y la zona inferior. Aquélla está realizada con una técnica más precisa, y sus volúmenes y accidentes se encuentran minuciosamente modelados por la luz. Esa morosidad descriptiva se extiende al cabello, que, al igual que los ojos, la nariz o la boca, está muy perfilado. Por el contrario, tanto el metal como el tejido han sido descritos de una manera mucho más libre, a base de destellos de luz y de golpes de color, que constituyen uno de los primeros ejemplos de lo que sería la técnica más inequívocamente velazqueña. Esas diferencias estilísticas se encuentran en algunas otras obras tempranas del pintor, como Demócrito (Ruán, Musée des Beaux-Arts), y han hecho que muchos historiadores se hayan planteado la posibilidad de que el cuadro sea producto de dos momentos diferentes. Su primer estado dataría de hacia 1625, y a él pertenecería el rostro, que está construido de manera similar al de los primeros retratos de Felipe IV. Ese rostro, según muestra la radiografía, fue muy trabajado. Se ha aventurado incluso la hipótesis de que es la obra en la que está basado el retrato de pie del Museo del Prado (P1182). La banda y la armadura podrían datar de un momento posterior, a juzgar por las ya comentadas diferencias estilísticas. Con ello se construyó una obra que de alguna manera complementaba los primeros retratos de Felipe IV a los que hemos hecho referencia, pues es el primer retrato de Felipe IV realizado por Velázquez que ha llegado hasta nosotros en el que el énfasis iconográfico está puesto en las responsabilidades militares del monarca y no en su faceta de administrador (Texto extractado de Portús, J. en: El retrato español en el Prado. Del Greco a Goya, Museo Nacional del Prado, 2006, p. 94).